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Por Julián Gálviz
Luego de las elecciones al Congreso y Senado de la República, la primera y segunda vuelta, las ilusiones de los verdes se destiñeron. Por el motivo que fuese, -la desafortunada y poco convincente participación del candidato del Partido Verde, Antanas Mockus en los debates, o, según algunos (improbable) fraude electoral, etc.) las esperanzas de que la política y la forma de gobernar se pudiera manejar en forma honesta y equitativa en Colombia, se derrumbó como un castillo de naipes. El partido verde, así como creció en cien días, también se desmoronó en menos de un suspiro. Ya sea porque el entusiasmo de los colombianos pasó, o porque, sencillamente, las ilusiones no tenían bases ciertas. La esperanza de poner a la cabeza de la administración nacional a un sujeto ajeno a la maquinaria del poder, así fuera un pensador con trazas de loco, transgresor, pero sin el lastre de la corrupción que se ha prendido a la piel y al espíritu de Colombia, se diluyó y, aparentemente, se quedó como una historia que alimentará al realismo mágico de nuestra querida, irresponsable y alegre patria.
Hacía mucho tiempo que Colombia no tenía una baraja de tan amplio y diverso pelamen de candidatos para la presidencia. Así fuesen sólo de discurso, así sólo fueran ilusionistas de feria que nos dieron motivo para reír, para odiar, para llorar o para sorprendernos, que de eso se trata el espectáculo; hubo de todo y en los debates se hizo gala de imaginación, de la capacidad de improvisación, hasta las más finas demostraciones del teatro del absurdo. La gracia y espontaneidad de alguna candidata que se sentía la elegida de Dios para gobernar esta sucursal del cielo sin más armas que su simpatía y don de gentes hasta los hacedores de nuevas éticas políticas o aquellos que veían posible gobernar con la ayuda de Dios y del diablo. Es lamentable habernos perdido la oportunidad de contar con la participación de los otros tres candidatos a quienes no invitaron a plantear su discurso y a quienes no valió ni una buena huelga de hambre, ni súplicas ni amenazas para ser escuchados.
De pronto, ahí hubiera estado la solución a los problemas de este país. También hubo quienes, al parecer, tenían todas las respuestas pero dado el momento, optaron por un cambio radical hacia el lado del ganador con lo cual se acomoda bajo la tolda protectora de lo oficial. Otros parecen haber heredado, no las ventajas del poder, sino las desventajas de un mal manejo del poder y una descalabrada administración local. A estos personajes, ya ni siquiera les sirve tratar de acomodarse a última hora, "el que se va a Barranquilla, pierde su silla. O, como dicen los que alcanzaron a trepar, "ya no hay cama para tanta gente".
Sin embargo, es justo reconocer los méritos de la persona que más ayudó a superar ese momentáneo instante de pánico entre el oficialismo y los herederos del poder y convertirlo en el verdadero impulsor de la victoria. El personaje fue el mismo Antanas Mockus y sus paradigmáticas contradicciones, dudas e inconsistencias demostradas magistralmente en los debates, donde demostró que las esperanzas y buenos deseos, por sí solos, son insuficiente ingrediente para construir un país mejor, más justo y equitativo donde la riqueza sea para todos y donde la vida sea sagrada sin que suene a muletilla sin sentido. El verde intenso de la esperanza tuvo un instante de fulgor para convertirse en un leve recuerdo verdoso amarillento, ya sepia, del color de imagen antigua, descolorida, a cuenta de que la mayoría del país se contenta con el precario equilibrio de que más vale malo conocido...
Finalmente ganó la democracia, pero como decía Jorge Luis Borges, “La democracia es un error estadístico, porque en la democracia decide la mayoría y la mayoría está formada por imbéciles.
Luego de las elecciones al Congreso y Senado de la República, la primera y segunda vuelta, las ilusiones de los verdes se destiñeron. Por el motivo que fuese, -la desafortunada y poco convincente participación del candidato del Partido Verde, Antanas Mockus en los debates, o, según algunos (improbable) fraude electoral, etc.) las esperanzas de que la política y la forma de gobernar se pudiera manejar en forma honesta y equitativa en Colombia, se derrumbó como un castillo de naipes. El partido verde, así como creció en cien días, también se desmoronó en menos de un suspiro. Ya sea porque el entusiasmo de los colombianos pasó, o porque, sencillamente, las ilusiones no tenían bases ciertas. La esperanza de poner a la cabeza de la administración nacional a un sujeto ajeno a la maquinaria del poder, así fuera un pensador con trazas de loco, transgresor, pero sin el lastre de la corrupción que se ha prendido a la piel y al espíritu de Colombia, se diluyó y, aparentemente, se quedó como una historia que alimentará al realismo mágico de nuestra querida, irresponsable y alegre patria.
Hacía mucho tiempo que Colombia no tenía una baraja de tan amplio y diverso pelamen de candidatos para la presidencia. Así fuesen sólo de discurso, así sólo fueran ilusionistas de feria que nos dieron motivo para reír, para odiar, para llorar o para sorprendernos, que de eso se trata el espectáculo; hubo de todo y en los debates se hizo gala de imaginación, de la capacidad de improvisación, hasta las más finas demostraciones del teatro del absurdo. La gracia y espontaneidad de alguna candidata que se sentía la elegida de Dios para gobernar esta sucursal del cielo sin más armas que su simpatía y don de gentes hasta los hacedores de nuevas éticas políticas o aquellos que veían posible gobernar con la ayuda de Dios y del diablo. Es lamentable habernos perdido la oportunidad de contar con la participación de los otros tres candidatos a quienes no invitaron a plantear su discurso y a quienes no valió ni una buena huelga de hambre, ni súplicas ni amenazas para ser escuchados.
De pronto, ahí hubiera estado la solución a los problemas de este país. También hubo quienes, al parecer, tenían todas las respuestas pero dado el momento, optaron por un cambio radical hacia el lado del ganador con lo cual se acomoda bajo la tolda protectora de lo oficial. Otros parecen haber heredado, no las ventajas del poder, sino las desventajas de un mal manejo del poder y una descalabrada administración local. A estos personajes, ya ni siquiera les sirve tratar de acomodarse a última hora, "el que se va a Barranquilla, pierde su silla. O, como dicen los que alcanzaron a trepar, "ya no hay cama para tanta gente".
Sin embargo, es justo reconocer los méritos de la persona que más ayudó a superar ese momentáneo instante de pánico entre el oficialismo y los herederos del poder y convertirlo en el verdadero impulsor de la victoria. El personaje fue el mismo Antanas Mockus y sus paradigmáticas contradicciones, dudas e inconsistencias demostradas magistralmente en los debates, donde demostró que las esperanzas y buenos deseos, por sí solos, son insuficiente ingrediente para construir un país mejor, más justo y equitativo donde la riqueza sea para todos y donde la vida sea sagrada sin que suene a muletilla sin sentido. El verde intenso de la esperanza tuvo un instante de fulgor para convertirse en un leve recuerdo verdoso amarillento, ya sepia, del color de imagen antigua, descolorida, a cuenta de que la mayoría del país se contenta con el precario equilibrio de que más vale malo conocido...
Finalmente ganó la democracia, pero como decía Jorge Luis Borges, “La democracia es un error estadístico, porque en la democracia decide la mayoría y la mayoría está formada por imbéciles.
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